La Farola de Orellana Marinera ha reabierto. Sin carta y con toda la materia prima, que es muy fresca, naturalmente, expuesta a la vista del público. El cliente escoge el producto y se lo pesan. Como en un puesto del mercado.

En la cocina le aguardan, ahí es nada, las manos del propio gerente del Grupo La Farola: Manuel Villena, restaurador con media docena de negocios de éxito que hace aquí lo esperable de un restaurador de raza en estos casos.

¿Y eso qué es? Pues colgarse el mandil y vestirse con la chaquetilla de cocinero cuando hay que hacerlo, además de crear una estrategia gastronómica triunfadora. En el caso de sus restaurantes, basada en dar muy bien de comer y servir esa comida con agrado en el mejor ambiente.

Eso mismo está haciendo aquí, en este local, este restaurador metido ahora también a cocinero, Manuel Villena, quien nunca está solo en sus proyectos hosteleros pues siempre le acompaña su inseparable Patricia Carralero.

En La Farola de Orellana Marinera se puede desde picotear a realizar una comida completa. A placer, pues a los restaurantes de esta gran pareja se viene sin más pretensiones que a degustar la mejor calidad diaria del mercado al mejor precio: boquerones, salmonetes, chipirones, gambas, cigalas, peregrinas, nécoras, mejillones, búsanos, conchas finas, ostras…

El surtido de golosinas del día es harto provocador en este tascucio de producto, donde el patrón practica la sencilla culinaria que requiere el tratamiento respetuoso de un género supremo: guisotes, cocciones, planchados y frituras que son, según el ilustre gastrónomo Néstor Luján, la piedra de toque del arte cibario.

La casa está especializándose en vinos nobles: finos, manzanillas, palos cortados… que casan perfectamente con esta carta que no es carta, pues tiene la forma concreta de un puesto de pescadería del mercado, con balanza electrónica y precio por cada cien gramos. La medida y la bebida perfectas para un aperitivo marinero y gourmetón.

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